El portero millonario

«No  había  en  el  pueblo  un  oficio  peor  conceptuado  y  peor  pagado  que  el  de  portero  de discoteca…»

Así empieza este cuento de Jorge Bucay que hoy te quiero compartir y que inicia la serie «Cuentos en Propósito». Si ya conoces la historia te habrás dado cuenta que he modificado un poco el lugar de trabajo del protagonista, algo más acorde a mis valores.

Te dejo a continuación este cuento, así como mi relato que he subido en Youtube.

¡Espero que lo disfrutes!

La Historia

No  había  en  el  pueblo  un  oficio  peor  conceptuado  y  peor  pagado  que  el  de  portero  de discoteca.

Pero  ¿Qué  otra cosa podría hacer aquel hombre? De hecho, nunca había aprendido a leer ni a escribir, no tenía ninguna otra actividad ni oficio.

En realidad, era su puesto porque su padre había sido portero de esa discoteca y también antes, el padre de su padre.

Durante décadas, la discoteca se pasaba de padres a hijos y la portería se pasaba de padres a hijos. Un día, el viejo propietario murió y se hizo cargo de la discoteca un joven con inquietudes, creativo y emprendedor.

El joven decidió modernizar el negocio. Modificó los ambientes y después citó al personal para darle nuevas instrucciones.

Al portero, le dijo:

A partir de hoy usted, además de estar en la puerta, me va a preparar una planilla semanal. Allí anotará usted la cantidad de chicos y chicas que entran día por día.

A una de cada cinco, le preguntará cómo fueron atendidas y qué corregirían del  lugar.

Y  una  vez  por  semana, me  presentará  esa  planilla  con  los  comentarios  que  usted  crea convenientes.

El hombre tembló, nunca le había faltado disposición al trabajo pero…..

Me encantaría satisfacerlo, señor -balbuceó -pero yo… yo no sé leer ni escribir.

¡uyyy!  ¡Cuánto  lo  siento!

Pero como  usted  comprenderá,  yo  no  puedo  pagar  a  otra  persona  para  que  haga  esto  y tampoco puedo esperar hasta que usted aprenda a escribir, por lo tanto…

Pero señor, usted no me puede despedir, yo trabajé en esto toda mi vida, también mi padre y mi abuelo…

No lo dejó terminar.

Mire,  yo lo  comprendo, pero no puedo  hacer  nada  por  usted.

Lógicamente  le  vamos  a  dar  una  indemnización,  esto es, una cantidad de dinero para que tenga hasta que encuentre otra cosa.

Así que, lo siento. Que tenga suerte.

Y sin más, se dio la vuelta y se fue.

Puedes escuchar este relato narrado por mi en el canal de You Tube

La Pérdida

El  hombre  sintió  que  el  mundo  se  derrumbaba.  Nunca  había  pensado  que  podría  llegar  a  encontrarse  en  esa situación.

Llegó a su casa, por primera vez desocupado. ¿Qué hacer?

Recordó que a veces en la discoteca, cuando se rompía una silla o se arruinaba una percha del ropero, él, con un martillo y clavos se las ingeniaba para hacer un arreglo sencillo y provisorio.

Pensó que esta podría ser una ocupación transitoria hasta que alguien le ofreciera un empleo. Buscó por toda la casa las herramientas que necesitaba, sólo tenía unos clavos oxidados y una tenaza mellada.

Tenía que comprar una caja de herramientas completa. Para eso usaría una parte del dinero recibido.

En la esquina de su casa se enteró de que en su pueblo no había una ferretería, y que debía viajar dos días en mula para ir al pueblo más cercano a realizar la compra.

¿Qué más da? Pensó, y emprendió la marcha.

A  su  regreso,  traía  una  hermosa  y  completa  caja  de  herramientas. 

No  había  terminado  de  quitarse  las  botas cuando llamaron a la puerta de su casa.

Era su vecino.

Vengo a preguntarle si no tiene un martillo para prestarme.

Mire, sí, lo acabo de comprar pero lo necesito para trabajar… como me quedé sin empleo…

Bueno, pero yo se lo devolvería mañana bien temprano. Está bien. A la mañana siguiente, como había prometido, el vecino tocó la puerta.

Mire, yo todavía necesito el martillo. ¿Por qué no me lo vende?

No, yo lo necesito para trabajar y además, la ferretería está a dos días de mula.

Hagamos un trato -dijo el vecino-Yo le pagaré a usted los dos días de ida y los dos de vuelta, más el precio del martillo, total usted está sin trabajar. ¿Qué le parece?

Realmente, esto le daba un trabajo por cuatro días… Aceptó.

Volvió a montar su mula.

Al regreso, otro vecino lo esperaba en la puerta de su casa.

Hola, vecino. ¿Usted le vendió un martillo a nuestro amigo? ¿Verdad?

Yo necesito unas herramientas, estoy dispuesto a pagarle sus cuatros días de viaje, y una pequeña ganancia por cada herramienta.

Usted sabe, no todos podemos disponer de cuatro días para nuestras compras.

El ex -portero abrió su caja de herramientas y su vecino eligió una pinza, un destornillador, un martillo y un cincel. Le pagó y se fue.

«…No todos disponemos de cuatro días para compras», recordaba.

La Idea

Si esto era cierto, mucha gente podría necesitar que él viajara a traer herramientas.

En  el  siguiente  viaje  decidió que  arriesgaría  un  poco  del  dinero  de  la  indemnización, trayendo más  herramientas que las que había vendido. De paso, podría ahorrar algún tiempo de viajes.

La voz empezó a correrse por el barrio y muchos quisieron evitarse el viaje.

Una vez por semana, el ahora corredor de herramientas viajaba y compraba lo que necesitaban sus clientes.

Pronto entendió que si pudiera encontrar un lugar donde almacenar las herramientas, podría ahorrar más viajes y ganar más dinero.

Alquiló un pajar. Luego le hizo una entrada más cómoda y algunas semanas después con una vidriera, ese pajar se transformó en la primer ferretería del pueblo.

Todos estaban contentos y compraban en su negocio.

Ya no viajaba, de la ferretería del pueblo vecino le enviaban sus pedidos. Él era un buen cliente. Con  el  tiempo,  todos  los  compradores  de  pueblos  pequeños  más  lejanos  preferían  comprar  en  su  ferretería  y ganar dos días de marcha.

Un día se le ocurrió que su amigo, el tornero, podría fabricar para él las cabezas de los martillos.

Y luego, ¿por qué no? Las tenazas… y las pinzas… y los cinceles.

Y luego fueron los clavos y los tornillos…..

El Éxito

Para no hacer muy largo el cuento, sucedió que en diez años aquel hombre se transformó con honestidad y trabajo en un millonario fabricante de herramientas.

El empresario más poderoso de la región.

Tan poderoso era, que un año para la fecha de comienzo de las clases, decidió donar a su pueblo una escuela.

Allí se enseñaría además de lectoescritura, las artes y los oficios más prácticos de la época.

El  intendente  y  el  alcalde  organizaron  una  gran  fiesta  de  inauguración  de  la  escuela  y  una  importante  cena  de agasajo para su fundador.

A los postres, el alcalde le entregó las llaves de la ciudad y el intendente lo abrazó y le dijo:

“Es con gran orgullo y gratitud que le pedimos nos conceda el honor de poner su firma en la primera hoja del libro de actas de la nueva escuela”.

El  honor  sería  para  mí -dijo  el  hombre -.  Creo  que  nada  me  gustaría  más  que  firmar  allí,  pero  yo  no  sé  leer  ni escribir. Yo soy analfabeto.

¿Usted? -dijo  el intendente,  que  no  alcanzaba  a  creerlo

-¿Usted  no  sabe  leer  ni  escribir?

¿Usted  construyó  un imperio  industrial  sin  saber  leer  ni  escribir?  Estoy  asombrado.

Me  pregunto,  ¿Qué  hubiera  hecho  si  hubiera  sabido  leer  y escribir?

Yo se lo puedo contestar -respondió el hombre con calma -.

Si yo hubiera sabido leer y escribir… ¡sería el portero de la discoteca del pueblo!

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